miércoles, 28 de mayo de 2014


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  1. Llegué a la casa lo antes que pude. El conde fingió no verme. Habría deseado tanto, no sé...Que sonriera. No sonreía. Al bendecirla, mi brazo parecía de plomo. Tuve que irme. La sesión de catecismo se prolongo más de lo que pensaba. Cuando volví, había un continuo desfile de automóviles. Un rumor llenaba la casa. Deseaba pasar la noche junto a la condesa, pero ya había unas monjas y el canónigo de la Motte- Beuvron , tío de la condesa, iba a velar con ellas. No me atreví a insistir. Entré en el cuarto una última vez. El recuerdo de la lucha que habíamos librado me vino con tal fuerza que creí desfallecer. Aparté el velo de muselina Y roce su frente con los dedos. “Quedé en paz”, le había dicho. Y ella recibó esa paz de rodillas. Qué maravilla poder dar aquello que a nosotros nos falta. Un milagro de nuestras manos vacías.

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